Sobre la génesis del colectivismo en la adolescencia

No sé si mis frecuentes cambios de barrio durante mi niñez y posterior adolescencia influyeron en mi bajo apego hacia las pandillas. Haciendo memoria, siempre preferí tener unos pocos y frecuentes amigos a acompañar a un grupo. El motivo es difícil de descifrar con una mente adulta y a partir de las sombras de los recuerdos de una mente infantil. Aparte de eso, no podemos descartar la hipótesis genética. Haciendo  un rápido psicoanálisis de mi persona, tengo claro que no soy de los que buscan nuevas experiencias a cualquier coste, lo que estaría íntimamente relacionado a la supuesta influencia del polimorfismo de los receptores de dopamina en la conducta. Pero lejos de considerarme medroso, me considero un valiente prudente. De hecho, he tomado decisiones contracorriente en mi vida, que los supuestos depredadores de experiencias nunca tomarían. Arriesgar en la vida no se reduce sólo a probar o no una droga.

Tengo un recuerdo bastante nítido de mis primeros contactos con las pandillas y su idiosincrasia, que finalmente acabaron por resolverse a favor de mi independencia. Recuerdo, por ejemplo, el dominio territorial, cual manada de chimpancés que, sobre el parque al que yo iba a jugar al baloncesto, ejercía una banda de adolescentes de la que ni recuerdo el nombre. Yo tendría unos 11 años. Siempre tuve claro que si no me metía con nadie, en principio, nadie se metería conmigo. Un día de esos en que aún no había llegado nadie al campo y yo me dedicaba a echar unos tiros de 3 para hacer tiempo, me vino el menor de esa pandilla de aproximadamente mi misma edad y, sin mediar palabra, cogió mi balón y lo mando de un patadón a la carretera. Recuerdo como lo miré fijamente unos segundos que fueron eternos y cómo al instante sentí la frustración de saber que no le podía dar su merecido simplemente porque estaba protegido por la pandilla, por el grupo. El me miró con aires de superioridad. Yo apreté mis puños, frustrado, y fui en busca de mi balón antes de que lo perdiese entre los coches. Sí sé que al no caer en su provocación, también me gané algo su respeto. Pero de eso me doy cuenta ahora. En aquel momento me corroía la frustración por no poder ni decirle nada. También sé que si él no tuviese al grupo consigo, ni se le hubiese pasado por la cabeza aquella provocación. De todos modos, yo seguí a mi bola. Ni con ellos, ni contra ellos.

Un poco después empecé a frecuentar las primeras borracheras de un grupo de amigos del colegio. Deveríamos tener unos 12 años. Nada diferente de lo que siempre se hizo, aunque creo que ellos fueron los pioneros del alcoholismo infantil que tanta alarma social crea hoy en dia. Lo digo porque de esto ya pasaron más de 20 años. El matiz está en que yo, por diversas circunstancias familiares, sí tenía claro cuáles son los riesgos del alcohol y las consecuencias de su abuso, y no acababa de ver una diversión en aquello. Así, después de unos pocos fines de semana, ya había dejado de frecuentar aquellas reuniones etílicas de fin de semana.

Podría seguir con más anéctodas de este estilo. Incluso hasta hace no mucho, en que las zarpas de la farlopa atraparon a varios amigos a los que pude haber acompañado al pozo. Otra vez, ya más maduro y con algunos objetivos en la vida, decidí aislarme de los que me protegían y daban cierta seguridad y hasta identidad, por no caer en otra trampa fatal. Experimentar, experimenté mucho y de todo. Pero la racionalidad se sobrepuso una vez más al instinto gregario.

Ya en la vida adulta, con familia y algunos retos profesionales por delante, he percibido como esa impronta de libertad contamina mis hojas de ruta en cada esfera de la vida. Del mismo modo, en contraposición, veo la huella de la pandilla en la querencia por el colectivo de muchos de los que se cruzaron en mi vida. Sólo así puedo entender el gobierno de la irracionalidad en los movimientos de masa, independientemente de su signo político o reivindicación. Pero esa ausencia de irracionalidad no es lo más peligroso. El ser humano ha basado y basa la mayoría de sus decisiones vitales en el impulso de lo primitivo. El problema principal surge cuando la masa no respeta los derechos individuales que deberían ser la base de la convivencia y el progreso. Pero si resetear la adolescencia de millones de personas es, a todas luces, un imposible, qué podríamos hacer con la filogénesis gregaria del homo sapiens. Nada.

Tocará, por lo tanto, seguir luchando por ideales. Es decir, por imposibles.

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2 respuestas a Sobre la génesis del colectivismo en la adolescencia

  1. quaralenik dijo:

    Cierto. No sólo la hipotética filogénesis del «Homo sapiens» es gregaria. El propio concepto biológico de especie ya lo es. Mientras la especie «H. sapiens» no sea capaz de reorientar y proyectar su filogenia, no se diferenciará a otra especies, en cuanto a esta capacidad se refiere. Y nunca podrá hacerlo como especie. Es el imposible que mencionas.

    El reto es, entonces, actuar como individuos y proyectar las filogenias particulares. Tantas filogenias como individuos. Puesto que convivir lleva implícito interactuar, el desafío pasa por deconstruir los vínculos familiares, parentales o cualquier lazo no elegido y elegir, libremente, los nuevos vínculos e interacciones, sin arrastrar a nadie a la proyección filogenética propia, ni ser arrastrados, contra voluntad, a la proyección de otros individuos. Si dos proyecciones (o más) se unen en una sola filogenia, se vuelve a la senda de la especie.

    La proyección filogenética individual no es un ideal, por tanto, no debería ser un imposible.

    Saludos

  2. Interesante escrito, lástima que al parecer has dejado de escribir

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